Experiencia Misionera de una alumna del colegio
Con la misión en el corazón
Cuando pienso en Atalaya, miles de recuerdos se vienen a mi mente. Como una tormenta de ideas; rostros, nombres, risas se suceden interminablemente. Cada uno de estos son un pedacito de los maravillosos momentos que vivimos mis compañeros y yo en esta misión que, estoy segura, ha sido una de las mejores experiencias de nuestras vidas.
Nuestra aventura comenzó mucho antes de embarcarnos en el viaje. El 12 de abril iniciamos las reuniones oficiales. Todos llenos de entusiasmo cada lunes nos reunimos a primera hora, el Padre Juan Carlos nos comunicaba todo lo que debíamos saber acerca del viaje que íbamos a emprender y también para planear con anticipación las actividades que realizaríamos antes y durante nuestra estadía.
La primera actividad que realizamos fue una colecta en el colegio. Cada uno, con nuestras alcancías verdes paseábamos por el colegio pidiendo la colaboración de nuestros compañeros y profesores. Esta demás decir, que todos fueron muy generosos y nuestra recaudación superó nuestras expectativas. También tuvimos una recaudación de víveres. Todo lo recaudado fue destinado a los miembros de las comunidades que visitamos.
Luego de muchas semanas de espera el 10 de mayo fue el día elegido para partir. Fue una despedida emotiva para la mayoría con nuestros padres dándonos muchas recomendaciones y bendiciones. El trayecto; fue largo y en momentos difícil, sin embargo y gracias a Dios, fue sin percances. Luego nos daríamos cuenta que valían la pena las 24 horas de viaje. Llegamos a la parroquia Niña María donde nos hospedaríamos por una noche antes de reiniciar nuestro trayecto en bote a las comunidades. Llegamos al puerto de José Olaya y desde ahí tuvimos una caminata de media hora hasta llegar a Diamante Azul. Fue allí donde nos hospedamos durante los 3 días que estuvimos allí. La hospitalidad de estas comunidades era asombrosa, siempre se esforzaron por hacernos sentir cómodos, y nos daban lo mejor de lo que tenían. Y como no mencionar que la comida era deliciosa. Estar en ese lugar, observar el paisaje o simplemente escuchar el sonido de la selva, era maravilloso. Todo era mas claro, mas pacifico.
Nos dividimos en grupos de 3 y cada grupo contaba con un profesor o un CMF responsable y en las mañanas cada grupo se dirigía a su comunidad asignada para empezar las labores en la escuela. Entre las otras comunidades que visitamos están Cascada Unini, Palmeras, y el ya mencionado, José Olaya.
Allí nos dedicamos a reforzar los conocimientos de los niños en el área de lógico matemática y lenguaje. Luego en las tardes hacíamos actividades y jugábamos con ellos. En las noches asistíamos a misa junto con la comunidad. Los niños eran todos unos personajes. Juguetones como todos los niños a esa edad. Tenían una vitalidad increíble y unas ganas infinitas. Ganas por jugar, por aprender. Era todo un espectáculo verlos “pelotear” descalzos, pateaban con una fuerza que no correspondía con sus estaturas. Y aun más sorprendente fue descubrir que los mejores jugadores eran en realidad las niñas de la comunidad. Al principio nos costo captar su atención, especialmente durante clases, pero una vez motivados con unos cuantos chochokis (caramelos) nos escuchaban y realizaban las actividades propuestas con mucho entusiasmo. Pero lo que mas me sorprendió fue la actitud que estos niños tenían en la misa. Cantaban tan fuerte y con tanta convicción que también nos inspiraban a nosotros a cantar más fuerte tambien. Además, las canciones, alguna de ellas en asheninkas, eran muy bonitas. Al principio nos sentíamos torpes, pero luego nos las aprendimos e incluso preferíamos cantar estas canciones que las que ya conocíamos en castellano
El día de la despedida, nos dirigimos a la comunidad al término de la misa. Algunos de nosotros tomamos la palabra y les dijimos a todos los niños lo mucho que había significado para nosotros que nos hayan permitido estar ahí con ellos y haber tenido la gran suerte de conocerlos. También, que nos llevábamos grandes enseñanzas de ellos y que los extrañaríamos demasiado.
Al día siguiente regresamos a Atalaya, a la capilla Niña María. Pasamos 1 día más en la ciudad, donde hicimos un poco de turismo y luego fuimos junto con los niños del albergue Corazón de María a nadar al rio. Fue una experiencia muy divertida y un buen merecido descanso. Luego partimos de regreso a Satipo, donde fuimos muy bien recibidos por el párroco local y esa noche nos embarcamos a Lima. Darnos cuenta que la misión estaba ya en el fin nos entristeció mucho. Luego de tantos momentos vividos, irnos era lo último que queríamos hacer. Sin embargo sabíamos que debíamos regresar, nuestras familias nos esperaban.
Quiero finalizar agradeciendo al Colegio Claretiano por darnos la oportunidad a mi y a mis compañeros por esta increíble experiencia. Ganamos mucho, amistades, experiencia, una nueva perspectiva de la realidad, simplemente una de las bonitas experiencias que hemos tenido. Espero tener la oportunidad de regresar y ver de nuevo esas sonrisas. Nada seria mejor que eso.
Cuando pienso en Atalaya, miles de recuerdos se vienen a mi mente. Como una tormenta de ideas; rostros, nombres, risas se suceden interminablemente. Cada uno de estos son un pedacito de los maravillosos momentos que vivimos mis compañeros y yo en esta misión que, estoy segura, ha sido una de las mejores experiencias de nuestras vidas.
Nuestra aventura comenzó mucho antes de embarcarnos en el viaje. El 12 de abril iniciamos las reuniones oficiales. Todos llenos de entusiasmo cada lunes nos reunimos a primera hora, el Padre Juan Carlos nos comunicaba todo lo que debíamos saber acerca del viaje que íbamos a emprender y también para planear con anticipación las actividades que realizaríamos antes y durante nuestra estadía.
La primera actividad que realizamos fue una colecta en el colegio. Cada uno, con nuestras alcancías verdes paseábamos por el colegio pidiendo la colaboración de nuestros compañeros y profesores. Esta demás decir, que todos fueron muy generosos y nuestra recaudación superó nuestras expectativas. También tuvimos una recaudación de víveres. Todo lo recaudado fue destinado a los miembros de las comunidades que visitamos.
Luego de muchas semanas de espera el 10 de mayo fue el día elegido para partir. Fue una despedida emotiva para la mayoría con nuestros padres dándonos muchas recomendaciones y bendiciones. El trayecto; fue largo y en momentos difícil, sin embargo y gracias a Dios, fue sin percances. Luego nos daríamos cuenta que valían la pena las 24 horas de viaje. Llegamos a la parroquia Niña María donde nos hospedaríamos por una noche antes de reiniciar nuestro trayecto en bote a las comunidades. Llegamos al puerto de José Olaya y desde ahí tuvimos una caminata de media hora hasta llegar a Diamante Azul. Fue allí donde nos hospedamos durante los 3 días que estuvimos allí. La hospitalidad de estas comunidades era asombrosa, siempre se esforzaron por hacernos sentir cómodos, y nos daban lo mejor de lo que tenían. Y como no mencionar que la comida era deliciosa. Estar en ese lugar, observar el paisaje o simplemente escuchar el sonido de la selva, era maravilloso. Todo era mas claro, mas pacifico.
Nos dividimos en grupos de 3 y cada grupo contaba con un profesor o un CMF responsable y en las mañanas cada grupo se dirigía a su comunidad asignada para empezar las labores en la escuela. Entre las otras comunidades que visitamos están Cascada Unini, Palmeras, y el ya mencionado, José Olaya.
Allí nos dedicamos a reforzar los conocimientos de los niños en el área de lógico matemática y lenguaje. Luego en las tardes hacíamos actividades y jugábamos con ellos. En las noches asistíamos a misa junto con la comunidad. Los niños eran todos unos personajes. Juguetones como todos los niños a esa edad. Tenían una vitalidad increíble y unas ganas infinitas. Ganas por jugar, por aprender. Era todo un espectáculo verlos “pelotear” descalzos, pateaban con una fuerza que no correspondía con sus estaturas. Y aun más sorprendente fue descubrir que los mejores jugadores eran en realidad las niñas de la comunidad. Al principio nos costo captar su atención, especialmente durante clases, pero una vez motivados con unos cuantos chochokis (caramelos) nos escuchaban y realizaban las actividades propuestas con mucho entusiasmo. Pero lo que mas me sorprendió fue la actitud que estos niños tenían en la misa. Cantaban tan fuerte y con tanta convicción que también nos inspiraban a nosotros a cantar más fuerte tambien. Además, las canciones, alguna de ellas en asheninkas, eran muy bonitas. Al principio nos sentíamos torpes, pero luego nos las aprendimos e incluso preferíamos cantar estas canciones que las que ya conocíamos en castellano
El día de la despedida, nos dirigimos a la comunidad al término de la misa. Algunos de nosotros tomamos la palabra y les dijimos a todos los niños lo mucho que había significado para nosotros que nos hayan permitido estar ahí con ellos y haber tenido la gran suerte de conocerlos. También, que nos llevábamos grandes enseñanzas de ellos y que los extrañaríamos demasiado.
Al día siguiente regresamos a Atalaya, a la capilla Niña María. Pasamos 1 día más en la ciudad, donde hicimos un poco de turismo y luego fuimos junto con los niños del albergue Corazón de María a nadar al rio. Fue una experiencia muy divertida y un buen merecido descanso. Luego partimos de regreso a Satipo, donde fuimos muy bien recibidos por el párroco local y esa noche nos embarcamos a Lima. Darnos cuenta que la misión estaba ya en el fin nos entristeció mucho. Luego de tantos momentos vividos, irnos era lo último que queríamos hacer. Sin embargo sabíamos que debíamos regresar, nuestras familias nos esperaban.
Quiero finalizar agradeciendo al Colegio Claretiano por darnos la oportunidad a mi y a mis compañeros por esta increíble experiencia. Ganamos mucho, amistades, experiencia, una nueva perspectiva de la realidad, simplemente una de las bonitas experiencias que hemos tenido. Espero tener la oportunidad de regresar y ver de nuevo esas sonrisas. Nada seria mejor que eso.
Comentarios
Ojala tenga la oportunidad de ir nuevamente y colaborar con un granito de arena a esta noble causa.